Érase una vez un príncipe que decidió dar un paseo en su jardín cuando divisó en la ventana de una casucha una bella muchacha que limpiaba los cristales. El príncipe se enamoró y llamó a la puerta para ver si podía conocer a aquella mujer más. Le contestó un hombre y él no supo que decir:
- Hola...
- ¿Qué hace alguien de la realeza en esta casa?- dijo el hombre.
- Solo quería ver... Es que...
- Me llamo Ted y sé lo que pasa. Usted se ha enamorado de mi esposa, vi como la miraba.
- ¡No! No es eso. Quería ver si necesitaba algo mi gente de Atenas.
- ¡No! Siento ser tan brusco Alteza.
Y de un puertazo le dejo la palabra en la boca. El hombre no tuvo más remedio que irse enamorado y sin conocer a su amada.
Al día siguiente la vio otra vez y al día siguiente y el siguiente y el siguiente hasta que no pudo más. Espero a que su marido la dejara sola en casa. En ese momento que se fue tres días debido al trabajo el príncipe aprovechó la ocasión. Llamo a la puerta y le contestó una joven hermosa de cabellos castaños y labios brillantes rojos como la manzana más sabrosa.
- ¡Alteza!- Contestó ella sorprendida.
- Buenos días, he venido porque no me podía resistir al olor de la tarta que ha hecho.
- ¿Le molesta? Ahora mismo la tiro, perdóneme.
- ¡No no no! Me encanta, ¿cómo se llama?
- Natasha.
- Un nombre hermoso, yo me llamo Federico.
- Si, jeje, lo sé. ¿Quiere pasar a tomar un trozo de tarta en esta humilde casa?
- ¿Por qué no?
¡¡Pero algo pasó justamente cuando entró Federico y Natasha quería cerrar la puerta...!!